viernes, 20 de junio de 2008

Rusos, chinos y mongoles

Fuente:
http://www.lavanguardia.es/web/20031009/51145640715.html


APROXIMACIÓN A MONGOLIA
Entre rusos y chinos

RAFAEL POCH - 09/10/2003 - 18.58 horas
Ulan Bator | Enviado especial

El 11 de mayo de 1956, un hombre de aspecto cansado descendía del tren en la estación de Moscú de Leningrado. Era Lev Gumiliov, hijo de Nikolai Gumiliov y Ana Ajmátova, dos de los más grandes poetas rusos del siglo XX. Venía de Karagandá, de los campos de la estepa de Kazajstán, de cumplir el que sería el último de sus tres periodos de reclusión.
Tenía 44 años y había pasado 13 privado de libertad, trabajando en las minas de Níquel de Norilsk y otras capitales del Gulag estaliniano. Entre una condena y otra, en 1945 aun había tenido tiempo de alistarse voluntario y participar en el asalto soviético a Berlín.
En su equipaje llevaba una caja de madera llena de hojas de papel. Un papel rústico, de desigual color y formato, que procedía de los sacos de abastecimiento del campo de Karagandá. Recortado, puesto a secar y aplanado, ese papel era entregado a aquel "gran hombre" por sus compañeros de reclusión, para que pudiera escribir.
Las hojas de la caja de madera eran el manuscrito de "Los Hunos" y "Los antiguos turcos", dos de las obras que Gumiliov escribió en cautiverio dedicadas a los pueblos de la estepa.

GUMILIOV

Lev Gumiliov (1912-1992) fue el historiador de los pueblos "sin historia" de Eurasia, de los mongoles y de la Horda de Oro, el cronista de los nómadas sin apenas tradición literaria, o que no dejaron documentos sobre su paso por la historia. Pueblos sometidos a una dinámica "etnogénesis" (el concepto es de Gumiliov); el proceso de surgimiento, afirmación, eclosión, de un grupo humano y su posterior mestizaje, fusión o disolución en otro grupo, dotado de una mayor "vitalidad pasional" o "pasionarnost" (otro concepto de Gumiliov).

Kitan, karakitan, karlukos, basmalos, ongutos, jurchen, alanos, kipchak, polovtsi, tártaros, naimanes, jázaros, kirguizes... , todos pudieron ser ignorados por la historiografía de los pueblos sedentarios, pero ignorar a los mongoles era algo más complicado. En los siglos XIII y XIV habían conquistado el mayor dominio terrestre de la historia, batiendo simultáneamente a chinos, musulmanes y europeos, creando una nueva dinastía en China (Yuan), en Persia (el Iljanato), y estableciendo en la actual Rusia el imperio de la Horda de Oro. En el siglo XIII el Papa Inocencio IV les había enviado al franciscano Giovanni Del Carpine, que fue recibido en Jarjorín, en la actual Mongolia, por el Gran Jan Güyük y regresó a Roma con una carta en la que éste instaba al Papa a personarse sin dilación en la corte mongola para "rendirle honores y presentarle el sometimiento de Europa".

De eso hace casi ocho siglos, pero el último vestigio del enorme imperio euroasiatico de Chingiz Jan (Gengis Jan), no es tan remoto; el janato de los tártaros de Crimea, no fue disuelto hasta 1783 por la emperatriz Catalina la Grande, que lo anexionó a Rusia.

Como no se les podía ignorar se les denigró. No fue difícil puesto que, salvo la "Historia secreta de los mongoles", una obra mongola centrada en Chingiz Jan y que alcanza hasta 1241, sus principales historias las escribieron sus enemigos o subyugados; en China el "Yuan Shi", la correspondiente crónica dinástica, y en Persia, la obra de Rashid od-Din, un primer ministro del Iljanato.

En Europa, la aparición de los mongoles dio lugar a verdaderos mitos historiográficos nacionales, como el de Rusia con el "yugo mongol", y el de la "lucha eterna entre el bosque y la estepa", creado por el gran historiador ruso Sergei Soloviov y aceptado sin crítica por sus sucesores; Vasili Kliuchevski, Pavel Miliukov y otros. Según esa historia, el retraso de Rusia fue resultado de su sometimiento al "yugo", a la necesidad de concentrar fuerzas en una labor de contención de la barbarie mediante la cual Rusia preservó del desastre a los ingratos europeos occidentales.
Según Gumiliov, mil años de intercambio y mestizaje -cuya última expresión política no fue otra que la Unión Soviética, el gran superestado euroasiático del siglo XX- se pierden de vista en esos mitos.

De parte china, los pueblos de la estepa fueron siempre vistos como "periferia bárbara". La actitud de los chinos era la siguiente, explica Gumiliov; "creían que su misión histórica era civilizatoria; aceptar en su superetnos a aquellos que estaban de acuerdo en convertirse en chinos. En caso de resistencia, la vecindad se tornaba en algo negativo. Los turcos y los mongoles tuvieron que elegir entre perder la vida o el alma"
(* En "Drevnaya Rus i Velikaya Step", Moscú, 1989).

En Europa, el término "tártaro" sugería que los mongoles venían del "tartarus" o sea del infierno. Las etnias y pueblos de Eurasia eran vistas como "una bárbara masa gris hostil a toda cultura y a la civilización europea", visión que frecuentemente se hacía extensiva a Rusia y los rusos.

"Nunca creí encontrar tales rasgos de inteligencia en una fisonomía tan mongola", escribía en 1839 Frederich Hagern tras su viaje a Rusia. Los rusos son una "tribu semibárbara", porque "no hace mucho más de cien años eran verdaderos tártaros", explicaba en 1843 el marqués Astolfo de Custine, cuya crónica ("Letters from Russia") todavía se considera hoy libro de cabecera para el diplomático y periodista occidental destinado en Moscú.

Para su liberación, Rusia debe "desprenderse de todo lo que en ella hay de mongolo-oriental", afirmaba en 1918 el filósofo Nikolai Berdiayev (En "Sudba Rossii"). Y rastros de todos estos mitos y prejuicios eurocentristas pueden encontrarse hasta en el mismo Karl Marx, cuando reduce el "yugo tártaro" a "un régimen de sistemático terror"...

Lev Gumiliov rechazó esta senda, expuesta como mera "leyenda negra" (En "Chornaya Legenda", Moscú, 1994), y propuso con su obra una nueva y original vía de enfoque para el estudio de los pueblos de la estepa, con una interpretación inteligente de las fuentes, acuñando nuevos conceptos y sirviéndose de ingeniosas excursiones al dominio de la geografía y la etnografía. Al hacerlo, ofendió al estado mayor de la ortodoxia académica soviética, que le hizo la vida imposible. Mientras sus lecciones llenaban los aforos universitarios y cautivaban, los burócratas apenas le dejaron publicar sus obras y todas las facciones, occidentalistas y eslavófilas de la estupidez académica soviética de los setenta, se unieron en el ataque a su trabajo. Pero al final Gumiliov ha prevalecido. En la actual Mongolia, y no solo allí, se le reconoce y aprecia en lo que vale. El tesón y el genio de su obra es lo que ha quedado para el futuro y con él empieza este cuaderno, porque sin Gumiliov no se entiende el pasado mongol, y sin pasado no hay presente. Y sin esta advertencia introductoria, tampoco se comprende por qué se desconoce hoy en Europa que la Segunda Guerra Mundial comenzó en 1939 en la estepa mongola.

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