miércoles, 17 de septiembre de 2008

Anamnesis y Pinochet

EL PAIS DIGITAL - OPINIÓN
Miércoles 8 marzo 2000 - Nº 1405
Anamnesis y 'efecto Lourdes'
ANTONIO TABUCCHI

He podido leer en varios periódicos europeos distintas opiniones de
ilustres juristas que, si desde un punto de vista ético y político comentan
con pesar la decisión del ministro británico Straw de devolver al general
Pinochet a Chile por motivos de salud, la juzgan al mismo tiempo un acto de
civilización jurídica, puesto que, con independencia de los crímenes que un
individuo haya cometido, éste no puede ser juzgado si sus condiciones psíquicas
y físicas no son tales como para consentir un proceso en el cual pueda defenderse
adecuadamente.

Incluso podría decirse más: que este acto de "civilización jurídica
"es un auténtico bofetón moral, no sólo frente a un país que no ha
querido procesar al dictador cuando su salud era perfecta, sino, sobre
todo, como parangón con la escasa "civilización jurídica" de la que el
general Pinochet hizo gala durante su golpe militar y a lo largo de los
años de su dictadura. Como si él se hubiera preocupado alguna vez de
preguntar a sus prisioneros cuál era su estado de salud: no había
certificado médico que valiera. Es cierto que los suyos eran juicios
sumarios, celebrados no con código alguno, sino con el pelotón de
ejecución o con los instrumentos de tortura. Pero incluso así, ¡vamos,
hombre!, es que ni una sola vez expresó el general Pinochet, por ejemplo,
la más mínima preocupación por un anciano arrastrado al estadio de
Santiago, ni se le oyó decir: "Disculpe, señora, ¿está usted en estado
interesante?, pues entonces torturarla podría comportar complicaciones
para su embarazo". Ni se le ocurrió algo semejante. Y hacerle notar con un
gesto de "civilización jurídica" nuestra superioridad, podría revelarse,
no sólo de enorme elegancia, sino también de notable eficacia didáctica.
El método Montessori de educar con el buen ejemplo podría dar sus frutos.

Pero, aparte de estas consideraciones referidas a la conclusión del
asunto, tal vez lo más oportuno sea que nos detengamos en las motivaciones
que han llevado a ella. Puesto que el ministro británico ha tomado su
decisión en base a un informe médico, y puesto que un resumen de los
puntos principales de éste apareció publicado en EL PAÍS del pasado 17 de
febrero con el título de "Daños en el cerebro", quisiera detenerme a
comentarlo. El informe, firmado por dos médicos de medicina general, J.
Grimley-Evans y M. J. Denham, y por la neuropsicóloga María Wilke, consta
de cuatro secciones: 1. Examen médico, 2. Estado físico, 3. Estado mental
y 4. Pronóstico. La primera sección contiene un breve prólogo descriptivo
en el que leemos: "El senador Pinochet llegó en una silla de ruedas y fue
entrevistado desde la cama. Tiene una leve sordera, pero es capaz de
mantener una conversación con su audífono conectado. Estaba alerta y
cooperante, pero se cansaba con facilidad. Su voz era baja y monótona en
el tono. Su habla era neutral. En el apartado A de esta primera sección,
llamada "Cerebración", los médicos escriben: "Mostró lentitud de
comprensión y dificultad en comprender instrucciones complejas". El
apartado B se refiere a la puntuación intelectiva, y en él el estado
mental del general Pinochet recibe una valoración de 23 puntos sobre 30.
Por último, el apartado C, es decir, el "estado anímico", reza: "Ninguna
evidencia de depresión. Sentido del humor intacto". En la segunda sección,
es decir, en el "Estado físico", se nos dice: "Actualmente, el senador
Pinochet sería capaz de asistir al juicio, pero los efectos de las
dolencias cardiovasculares han aumentado a pesar del tratamiento idóneo".
En la sección tercera, es decir, en el "Estado mental", los médicos
aseguran, por el contrario, que, bajo este aspecto, el senador Pinochet no
está en condiciones de soportar un juicio, entre otras cosas, por el
siguiente motivo: "Fallos de memoria para acontecimientos remotos y
recientes". En la sección final, que propone un "Pronóstico" que a su
manera es un diagnóstico, los médicos concluyen que "el estrés (...) que
probablemente ocasionaría un juicio provoca reacciones fisiológicas que
podrían acelerar el progreso de la dolencia vascular". Los honestos
médicos admiten a continuación que han sido "informados" de que el senador
Pinochet "mostró en el pasado una capacidad personal notable para superar
el estrés", razón por la que declaran no estar capacitados "para emitir
una opinión concluyente sobre los efectos que el juicio en curso tendría
sobre la salud" del paciente. La observación conclusiva es la siguiente:
"No existe evidencia alguna de que el senador Pinochet esté intentando
falsear incapacidad alguna". (Todas las cursivas son mías).

En su escrupulosa relación, los honestos médicos británicos han
dejado de lado, sin embargo, una parte capital de todo examen médico que
se precie. En la tradición hipocrática, que es la base de nuestra
medicina, al igual que los derechos de las personas son la base de nuestra
civilización jurídica, los médicos, para llegar a un diagnóstico serio
deben someter al paciente a una anamnesis. ¿Qué es la anamnesis? Cualquier
diccionario de medicina nos aclarará que se trata de una parte del examen
clínico que reúne todos los datos personales, hereditarios y familiares
del enfermo, incluyendo condiciones de vida, costumbres y enfermedades
padecidas por éste. Y se añade que "la anamnesis familiar, la anamnesis
fisiológica y la anamnesis patológica remota son esenciales para la
resolución del problema del diagnóstico". Así, por ejemplo, si un médico
visita a un paciente con síntomas patológicos de parálisis acompañados por
una progresiva manifestación de chocheo, se preocupará por averiguar si en
su familia ha habido casos de sífilis. O si el propio enfermo ha podido
frecuentar prostíbulos en su juventud, porque una sífilis mal curada y
soterrada puede llevar a la demencia y a la parálisis. El informe médico
británico, por el contrario, considera al general Pinochet como una
criatura caída desde Marte que, encontrándose por casualidad en Londres,
ha comenzado a mostrar síntomas patológicos. Su primera observación, en la
sección primera, al evidenciar un total desconocimiento del pasado del
general, puede incluso resultar grotesca. Éste, nos dicen, se mostró
alerta y cooperante. Como si no hubieran sido éstas las principales
características que permitieron al general Pinochet llevar a cabo su
sangriento golpe de Estado. Alerta, o mejor dicho alertísimo, para imponer
en el momento oportuno las reglas fascistas que un Gobierno democrático
legítimo había eliminado de Chile (o para "defender a su propio país del
comunismo", según una lectura distinta), Pinochet fue, sin duda, un
magnífico cooperador. Ya no es ningún misterio, porque ha sido revelado
recientemente por los archivos estatales norteamericanos, que su capacidad
de cooperación con la CIA y con las multinacionales estadounidenses que
habían perdido en Chile sus privilegios económicos resultó fundamental.
Fue una condición indispensable para la aniquilación de la democracia
chilena. Pero también el apartado A, es decir, la llamada "Cerebración",
definida por su dificultad en comprender instrucciones complejas, forma
parte indudablemente de su anamnesis, es decir, de su pasado. Incluso
forma parte de su soma, lo tiene impreso en el rostro y no puede ser
disimulada por ningún disfraz. Es más que evidente que Pinochet nunca ha
sido capaz de recibir instrucciones que no fueran elementales. Por
ejemplo: "General, es el momento de bombardear el Palacio presidencial". O
bien: "General, a los prisioneros del estadio de Santiago que los fusilen
al amanecer". Pinochet colgaba el teléfono con satisfacción: lo había
entendido.

Y no sorprende, desde luego (apartado C: "Estado anímico"), la
observación de los médicos de que no manifiesta ninguna evidencia de
depresión y de que sigue manteniendo su sentido del humor intacto. ¿Pero
cuándo se ha visto, en toda la historia del siglo XX, a un verdugo
deprimido? La depresión corresponde a las víctimas, como nos ha enseñado
Primo Levi, debido al tormento, a la vergüenza y al recuerdo de la
violencia sufrida. Los verdugos de los campos de concentración y de otras
masacres, desde Eichmann hasta Priebke, jamás han demostrado desazón
alguna, porque ello supone dolor, contrición, remordimiento. Pero no cabe
duda de que el sentido del humor del dictador chileno ha permanecido
intacto, probablemente en la amplia acepción entre el luto y la idiotez
que Breton atribuyó al humor negro. Y no cabe tampoco duda de que otro
aspecto destacado por los médicos británicos, es decir, la capacidad en el
pasado del general Pinochet de superar el estrés, es exacto. Debe de ser
muy estresante masacrar a un pueblo y torturar a miles de personas, y
Pinochet ha demostrado poder superar estas pruebas con una increíble
lozanía, a la que un juicio hubiera podido afectar peligrosamente.

Pero si los médicos británicos, al descuidar la anamnesis, han
omitido la historia personal de la patología de Pinochet, el ministro Jack
Straw, al decidir no entregarlo a España, ha realizado un gesto de omisión
frente a la historia. Como justamente ha observado Antonio Cassese en La
Repubblica del 4 de marzo, "el juicio no hubiera tenido como finalidad
principal la de llevar a penas de detención, lo que para un acusado de su
edad hubiera podido resultar contrario a los principios de nuestra
civilización. El juicio hubiera servido, además de para hacer justicia a
las víctimas y a los supervivientes, sobre todo para iluminar una página
oscura y trágica de la historia chilena. Habría sido, por lo tanto, de
enorme interés ético e histórico". Pero quizá la mejor prueba de la escasa
fiabilidad de un diagnóstico carente de anamnesis la ha proporcionado el
propio Pinochet, quien, tras presentarse en silla de ruedas ante los
doctores de Straw (dispuestísimos a creer que no estaba simulando su
aparente debilidad), en cuanto bajó del avión saltó de su silla de ruedas
para abrazar a los generales que lo estaban esperando. Y su gallardía se
despertó de sopetón al oír las marchas militares funestas y al ver sus
amados fusiles ametralladores que los soldados presentes esgrimían
amenazadoramente contra Chile, contra Europa, contra el Mundo. Y la
memoria, esa que a los supervivientes de sus masacres o a los parientes de
sus víctimas provocará para siempre angustiosos insomnios, le volvió de
repente. Levantó un brazo y sonrió con satisfacción.

Una de dos: o los médicos británicos no supieron comprender que para
quien fue capaz de simular fidelidad a una Constitución y a un jefe de
Gobierno para traicionarlos salvajemente, era un juego de niños fingir
frente a tres batas blancas, o bien la visión de sus adoradas armas, el
ruido de las balas al entrar en el cargador y las hileras de botas que lo
esperaban provocaron en él ese regenerador efecto psicosomático que los
psiquiatras denominan efecto Lourdes, que puede llevar incluso a la
repentina cura de los casos más desesperados. La neuropsicóloga María Wike
y el ministro de Míster Blair tienen un excelente motivo de reflexión.

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Antonio Tabucchi es escritor italiano Traducción de Carlos Gumpert.

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